
En algún lugar entre la luz y la oscuridad o como decía Rumi, entre el bien y el mal, existe una sala de cine donde platican dos directores, la sueca Anna Eborn (Pine Ridge) y el colombiano Óscar Ruiz Navia (El Vuelco del Cangrejo, Los Hongos), que traen su nueva película Epifanía, un filme que nos muestra sus respectivas miradas a la hora de retratar el vínculo con sus propias madres. Un tema de carácter universal, relevante no tanto por la lectura narrativa que tiene, es decir por su causa y efecto lineal, sino por su impacto sensorial, su mutación trasgresora y la evocación poética de actores intangibles como lo son el anhelo, el recuerdo y la pérdida.
Cuenta la historia de una joven sueca que sueña con su madre que recientemente ha muerto, en aquellos sueños reside la esperanza de revivir, de regresar. Por otro lado, en Cali, una mujer que también es madre, lidia con el dolor de la pérdida a través de prácticas para aliviar su espíritu del dolor. Ambas madres lucen igual, o son en apariencia la misma persona, un gancho inusual que nos plantea otras formas de relacionar el espacio y el tiempo con lo que es real. Así mismo, es una película grabada en Cali, Colombia, la región de Quebec, Canadá y la Isla Faro en Suecia, lugar donde el cineasta Ingmar Bergman residió, murió y grabó varias de sus películas.

Epifanía cobra una importancia vital en el contexto del cine colombiano porque nos evidencia y nos hace recordar otras formas de hacer cine, formas que versátilmente han logrado diluirse en un panorama cinematográfico que se encuentra en condiciones ya no tan locales, es decir, un océano de ficciones documentadas que transitan libremente en el pedregoso camino de la expresión mundial, incluso mutando de soportes técnicos cinematográficos (Eborn y Navia usaron S16mm, S8mm y HD) debido a la matizada y transitoria forma en la que ese vínculo maternal puede ser representado, ya que parte de una experiencia individual. Es allí justamente, donde se muestra no solo a personajes más verosímiles, sino también más íntimos y que se conecten con el espectador por razones que vayan más allá de los aspectos geográficos o culturales que tengan en común. Concibiendo así miradas que demanden un retrato del alma colectiva, este es uno de los puntos más claves de la película, ya que aquí la palabra co-producción adquiere un sentido estético y narrativo, es un puente de creación entre dos realidades, dos países, dos personas, que al romper las obvias condiciones que los diferencian forjan una forma de expresión universal; ese eje de ruptura es el vínculo maternal así como su relación con la vida y la muerte.
Llena de emoción el pensar en esta inmensa cadena de creación en potencia, que se hace cada vez más real y tangible gracias a películas como Epifanía, que es una muestra más de una tendencia que se ha venido gestando en el país en los últimos años recientes, un imparable deseo de hacer cine serio que no necesariamente se vea moldeado por obligaciones monetarias o de índole industrial, sino que nazcan por las razones viscerales e incluso desgarradoras que alguien tenga y no necesariamente para contar una historia, sino para representar sus emociones y sentimientos, su vida.
Por: Daniel Velásquez
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